jueves, 12 de noviembre de 2009

108 cuentas en un mala, 108 razones para agradecer

Esta mañana estaba meditando con mi mala de 108 cuentas. Mi mente estaba inquieta, y no se acomodaba a la respiración y al mantra. Entonces, decidí probar algo diferente: recordé que anoche me había ido a dormir muy agradecida con la vida por algunas cosas lindas que me habían ocurrido, y quise retomar ese estado de agradecimiento (ya sabemos que el Ego olvida fácil las cosas buenas, a menudo hay que recordarle que mire bien a su alrededor). Tomé mi mala, y empecé a agradecer. Cuenta tras cuenta, traía a mi mente y a mi corazón todo aquello que me ha llenado de amor: mi hijo, mi pareja, mis amigos, mis padres que están en otra dimensión pero me aman igual, mis pacientes, mis alumnos, mis mascotas (una cuenta para Jack y otra cuenta para Ralph), mis maestros: José Luis, Buda, Jesús...agradecí por la vida, por la conciencia, y por la oportunidad de expandir mi conciencia y de aprender a amar. Así iba yo meditando y agradeciendo lo más sutil, cuando mi mente me llevó a lo más físico, a lo más básico y elemental: di gracias por el agua! por mis plantas, por que ayer comí!! por que dormí en una cama por que tuve un techo para protegerme, por que vi a mi hijo antes de dormir y al despertar, por que tengo frutas en el refrigerador. Me preguntaba yo por qué había sentido esta necesidad tan profunda de agradecer por lo básico, y luego supe qué me había disparado esa reflexión. Había estado leyendo el libro de William Kamkwamba, The boy who harnessed the wind, y esta lectura me conectó con la infinidad de bendiciones pequeñas que me rodean, y que rara vez percibo y agradezco por que las doy por hecho. William es de la edad de mi hijo, pero él nacio en Malawi, Africa, entre el SIDA, la sequía, los desastres naturales, la falta de electricidad y agua y mucha, mucha hambre. En el 2002, él tiene que abandonar la escuela por que su comunidad experimenta la mayor sequía de años. William construye para su familia un molino de viento con piezas que encuentra por aquí y por allá. Con esto logra darle un poco de electricidad a su familia, y la noticia de su invento se extiende y le abre nuevas puertas. La vida de William, gracias a Dios, se transformó, pero en este momento, mientras yo sí tengo luz para mi computadora y azúcar para mi café, en Africa y en muchas partes del mundo hay quien tiene sed y oscuridad. POR ESO, HOY TE INVITO A QUE DEDIQUES LAS 108 CUENTAS DE TU MALA, O 108 RESPIRACIONES A AGRADECER POR 108 BENDICIONES QUE HAYAS RECIBIDO EN ESTA VIDA. Pero, vayamos más allá, DECRETEMOS QUE TODOS LOS SERES SINTIENTES DE ESTE MUNDO PUEDAN RECIBIR LO MISMO. Para el Padre no hay imposibles.
http://williamkamkwamba.typepad.com